Bokuden, eran un samurái que tenía tres hijos, los cuales practicaban el arte del sable, bajo los lineamientos de su padre.
Un día, Bokuden recibió la visita de un amigo. “Quiero presentarte a mis tres hijos” le dijo al amigo.
Entonces Bokuden hizo que colocaran encima de la puerta entre abierta un jarrón a manera de trampa, para que quien abriera la puerta le cayera el jarrón encima.
Entonces Bokuden llama a su primer hijo quién entra apresuradamente. Al nada más abrir la puerta, le cae el jarrón encima, a lo cual monta en cólera y con el sable termina de destrozar el jarrón. Bokuden dice: “Este es mi hijo más pequeño y es la vergüenza de la familia.”
La trampa es colocada nuevamente y llama al segundo hijo, quién ingresa con mucha seguridad. Al abrir la puerta se desprende el jarrón y el segundo hijo lo logra esquivar hábilmente, lo logra detener con las manos antes de que caiga, lo pone a un lado en el suelo y hace su ingreso. Bokuden entonces dice: “Este es mi segundo hijo, el cual ya está en camino de mejorar pero todavía le hace falta mucho.”
Es colocada otra vez la trampa y llama al tercer hijo. El tercer hijo se dirige a la puerta, antes de abrirla se detiene, siente que algo no están normal, examina la puerta y detecta la trampa, entonces cuidadosamente quita el jarrón para poder ingresar, una vez ingresado vuelve a colocar la trampa tal y como estaba. “Este es mi tercer hijo -dijo Bokuden- del cual me siento orgulloso, porque ya ha alcanzado el nivel esperado.”
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Del anterior cuento Zen, logro concluir dos cosas importantes.
Al día de hoy, cada uno de nosotros tiene cierta sabiduría y experiencia al practicarla. Al igual que los hijos de Bokuden, nos encontramos en un nivel donde puede que seamos el orgullo o la vergüenza de la familia. La idea es que debemos seguir perfeccionando nuestra mente y sabiduría hasta el fin de nuestros días. Nunca dejamos de aprender o de poner en práctica lo que sabemos.
Yo no tuve un padre que se interesara en adiestrarme y pasarme su sabiduría. Si tú sí lo tienes o tuviste, debes estar profundamente agradecido con ese hermoso regalo. Sin embargo, si ya tienes hijos, es tu obligación adiestrarlos, enseñarles el camino correcto, hacer que “despierten” y comprendan que encontrando su propio propósito llegarán a la versión más alta de su propio ser.
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